Por qué estar triste no es estar deprimido 

21 News | 17 febrero, 2019     Por: Impacto21

Seamos claros: la depresión es sentirse desproporcionadamente triste, decaído, sin fuerzas ni ganas de llevar a cabo actividad alguna, inseguro e inundado de pensamientos desastrosos sobre sí mismo, el pasado y el futuro.

 

La depresión no es pasar una mala racha, ni estar frustrado ni sentir mucha rabia o tristeza ante las indudables injusticias del mundo. La depresión es una enfermedad crónica y recurrente que afecta a entre el 8% y el 12 % de la población y representa una principal causa de discapacidad (la primera, según las previsiones de la OMS para 2030).

En la fase aguda, el paciente deprimido se siente desproporcionadamente triste, decaído, sin fuerzas ni ganas de llevar a cabo actividad alguna, inseguro e inundado de pensamientos desastrosos sobre sí mismo, el pasado y el futuro. El sujeto se siente atrapado en la desesperanza y con una pobre consideración de sí mismo, asediado por sentimientos de culpa e inutilidad. Suele considerar que es una carga para los demás, alguien sin remedio ni opciones para avanzar o mejorar.

El escritor William Styron, gran enfermo depresivo, lo describió como “una gris llovizna de horror”. La persona comprueba con perplejidad que su mente no funciona con la agilidad ni precisión de antes, tiene bloqueos, despistes, incapacidad para tomar decisiones o planificar tareas sencillas.

En general, su vida instintiva -aquello que normalmente le hace sentirse vivo- se apaga. En la gran mayoría de casos, pierde apetito y sufre anhedonia, es decir, incapacidad para obtener placer de la vida. La persona, aunque cansada y con poca energía, nota paradójicamente dificultades para dormir: sufre penalidades para conciliar o mantener el sueño, y deambula por la noche, esperando con inquietud y zozobra la llegada del nuevo día. El paciente depresivo rehúye el contacto social, porque cualquier intercambio humano le resulta fatigoso y estéril, y cualquier tarea o responsabilidad se convierte en inmensa y definitivamente excesiva. Desde esa inseguridad básica, el mundo se vuelve amenazante, hostil, intratable, evitable a ser posible.

El paciente puede sufre anhedonia, es decir, incapacidad para obtener placer de la vida.

La persona experimenta con perplejidad que su mente no funciona con agilidad ni precisión, tiene bloqueos, despistes, incapacidad para tomar decisiones o planificar tareas. En general, su vida instintiva -aquello que normalmente le hace sentirse vivo- se apaga

Lo que no es la depresión

Por tanto, la depresión no es una mera expresión intensa de emociones negativas (tristeza, miedo, rabia, congoja, desaliento…) sino un declinar estable de la biología que hace al ser humano sentirse vivo: el tono, la fuerza vital, el humor, el instinto. Multitud de estudios de neuroimagen apuntan hacia la existencia de una alteración básica de la regulación del ánimo: reducción del volumen del hipocampo, hiper-activación de la amígdala ante estímulos negativos, atenuación del circuito de recompensa de la corteza prefrontal, estriado y núcleo accumbens

En mejores palabras, Sylvia Plath decía: “Incapaz de escribir una letra. Dioses amenazantes. Me siento exiliada en una estrella fría, incapaz de sentir nada, excepto un irremediable entumecimiento horrible” (Diarios, 1957).

Sin embargo, sigue existiendo una percepción de la depresión en la sociedad como una mera reacción emocional a acontecimientos adversos. En una encuesta llevada por la empresa Ipsos, preguntamos a mil 700 personas representativas según edad, género y actividad laboral, acerca de las causas de la depresión. El 53 % respondió espontáneamente que “los acontecimientos adversos de la vida”, mientras que sólo el 6 % hizo alusión a factores biológicos o genéticos.

El resto de la encuesta es coherente con esta visión “reactiva” y más leve de la depresión: la mayoría de los encuestados trataría de ayudar al paciente deprimido animándole a “que haga actividades” (90 %), “que piense en positivo” (87 %) o “que ponga de su parte” (76 %). Los encuestados creen en su mayoría que el psicólogo es el profesional más indicado para tratar el trastorno, por encima del médico de familia o el psiquiatra.

El 50 % considera que la depresión se puede fingir y el 14 % cree que en realidad no es una enfermedad. Estos resultados muestran que existe una banalización general del término depresión, lo cual tiene efectos nefastos en el abordaje de esta enfermedad: al mismo tiempo que minimiza el sufrimiento del auténtico enfermo depresivo, asciende a categoría de enfermedad el malestar psicológico, la frustración, la desazón y la infelicidad.

La depresión no es una mera expresión intensa de emociones negativas (tristeza, miedo, rabia, congoja, desaliento…) sino un declinar estable de la biología que hace al ser humano sentirse vivo: el tono, la fuerza vital, el humor, el instinto.